El pH, también conocido como potencial de hidrógeno, determina el grado de adsorción de iones de hidrógeno (H+) por las partículas del suelo e indica el grado de acidez o alcalinidad de éste. Así, se establece como el indicador principal de la disponibilidad de nutrientes para la plantas, que influyen en la movilidad, solubilidad y disponibilidad de otros compuestos y contaminantes inorgánicos establecidos en el suelo. La clasificación de los rangos de pH del suelo fue elaborada por el Natural Resources Conservation Service del United States Departmnet of Agriculture y en esta se denominan de la siguiente forma:
El pH de los suelos naturales suele oscilar entre 4.5 y 8.0. Es decir, entre suelos muy fuertemente ácidos y moderadamente alcalinos. Además, la mayoría de los nutrientes vegetales están disponibles a un pH ligeramente ácido. Si nos encontramos ante un suelo muy fuertemente ácido hasta ultra ácido, los nutrientes como el nitrógeno, fósforo, boro, calcio y magnesio dejan de estar disponibles y la disponibilidad de micronutrientes como el aluminio, el zinc, cobre o hierro aumentan de forma significativa y pueden volver el suelo tóxico. Esto se explica ya que en este tipo de suelos la mineralización de la materia orgánica se lentifica e incluso se detiene completamente debido al descenso de la actividad microbiana debido al pH. De esta forma, disminuye la disponibilidad de nitrógeno y fósforo.
Por otro lado, en suelos con pH alto también se generan deficiencias de micronutrientes. Por ejemplo, en suelo con un pH >7.5 el calcio se fija con el fósforo y se forman fosfatos de calcio, un compuesto insoluble. Estos suelos de pH elevado se caracterizan por la presencia de carbonatos de calcio, magnesio y sodio, siendo el carbonato de sodio compuestos predominantes por encima de un pH de 8.2. Cabe destacar que altos niveles en relación con el calcio y el magnesio pueden afectar negativamente la estructura del suelo.