La vegetación captura el carbono atmosférico a través del proceso de fotosíntesis, incorporándolo en la biomasa viva y muerta de las plantas. Posteriormente, los organismos del suelo descomponen esta materia vegetal, transformándola en Materia Orgánica del Suelo (MOS). Durante este proceso, el carbono puede permanecer temporalmente en la biomasa microbiana, incorporarse a la MOS o ser liberado nuevamente a la atmósfera mediante la respiración de microorganismos del suelo y raíces, en forma de dióxido de carbono (CO₂). En condiciones de anegamiento, también puede emitirse como metano (CH₄). La MOS se encuentra en distintos grados de descomposición y puede clasificarse en fracciones lábiles y fracciones húmicas. Las fracciones lábiles, compuestas principalmente por hidratos de carbono, ligninas, proteínas, taninos y ácidos grasos, son más fácilmente degradadas por los microorganismos, lo que acelera la liberación de carbono y reduce su tiempo de permanencia en el suelo. Por otro lado, las fracciones húmicas —como los ácidos fúlvicos, los ácidos húmicos y las huminas— se encuentran estabilizadas dentro de los agregados del suelo. Debido a su estructura química más compleja, son más resistentes a la descomposición y pueden permanecer en el suelo durante largos periodos. El Carbono Orgánico del Suelo (COS) desempeña un papel clave en la mejora de las propiedades físicas del suelo, aumentando la capacidad de intercambio catiónico, la retención de humedad y la estabilidad estructural de los suelos arcillosos al promover la formación de agregados. Además, la MOS, al estar compuesta principalmente por carbono, tiene una gran capacidad de retención de nutrientes, cationes y oligoelementos esenciales para el crecimiento vegetal. Su presencia reduce la lixiviación de nutrientes y favorece la disponibilidad de minerales para las plantas mediante la acción de los ácidos orgánicos, además de contribuir a la regulación del pH del suelo. A nivel global, el contenido de carbono orgánico en el suelo es reconocido como un indicador fundamental de la salud edáfica. Su papel en el ciclo del carbono y en la mitigación del cambio climático lo convierte en un factor clave para la sostenibilidad de los ecosistemas y la seguridad alimentaria.