El color del suelo es una de sus propiedades físicas más visibles y se utiliza como un indicador de su composición, contenido de materia orgánica,
grado de drenaje y presencia de ciertos minerales. Se determina generalmente mediante la escala de colores de Munsell, que clasifica los suelos en función de su tono, valor y croma. El color del
suelo está influenciado principalmente por tres factores:
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Materia orgánica: Los suelos con alto contenido de materia orgánica suelen presentar colores oscuros, como marrón o negro, debido a la
descomposición de restos vegetales y animales. Estos suelos tienden a ser más fértiles y retienen mejor la humedad.
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Óxidos de hierro: La presencia de hierro en diferentes estados de oxidación influye en la coloración del suelo. Los suelos rojizos o
amarillentos indican la presencia de óxidos de hierro en condiciones bien drenadas (hematita o goethita), mientras que los suelos grisáceos o azulados sugieren condiciones de saturación de
agua y pobre drenaje.
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Humedad y drenaje: Los suelos bien drenados suelen tener colores más brillantes y definidos, mientras que los suelos mal drenados pueden
mostrar tonalidades más apagadas o manchas irregulares (moteados), señal de fluctuaciones en el nivel del agua subterránea.
El color del suelo no solo ayuda a clasificar y describir los diferentes tipos de suelo, sino que también proporciona información valiosa sobre su calidad y capacidad para soportar el crecimiento
de plantas. Un suelo oscuro y bien estructurado suele ser indicativo de buena fertilidad, mientras que suelos claros y de color pálido pueden señalar una menor cantidad de materia orgánica y una
menor capacidad de retención de nutrientes.